LA DIFÍCIL DECISIÓN
Todos me decían que iban a ser unas Navidades como las de siempre.
Pero yo tenía un presentimiento de que no iba a ser así. Mis padres y mis
abuelos estaban muy raros y no sabían en qué día vivían. Además, nuestros
familiares no hacían más que llamar para decir que no iban a venir. Algo estaba
pasando.
Todo empezó el día de mi cumpleaños, el 13 de diciembre. Mis
padres no se acordaban y cuando yo decía algo al respecto, hacían oídos sordos
y empezaban a hacer otras cosas. El teléfono no sonaba y yo me deprimía cada
vez más. Comimos en casa de mis abuelos, como todos los sábados, y cuando mis
padres se fueron a trabajar, aproveché:
- Abuelo, ¿no se te olvida algo?
-No, hija. O eso creo, la memoria a mi edad se va perdiendo.
No hice comentarios y le consulté a mi abuela.
-Abu, ¿no se te olvida algo?
Recibí, exactamente, la misma respuesta.
Cada vez eran más claras mis sospechas. Entonces, ocurrió algo
extraño. Mis abuelos estaban cuchicheando tras la puerta de la cocina, me
acerqué sigilosamente:
-Sabe algo, tarde o temprano lo descubrirá.
-Pero se lo prometimos a sus padres, no diremos nada.
Me vieron y se callaron al instante.
-Hola, cariño. ¿Ya te has despertado de la siesta?
- Lo he oído todo. ¿Qué me ocultáis?
Mis abuelos cerraron las ventanas, me agarraron por el brazo y me
llevaron a una habitación a la que nunca me habían dejado entrar. Estaba llena
de libros y de polvo. Pude ver varios ejemplares con mi nombre escrito en la
portada y con los de toda mi familia, me asusté. Ellos empezaron a hablar, pero
estaba demasiado concentrada en mi entorno como para escucharles. Al final,
solo me enteré de algo así como que era la elegida, que mi familia era especial
y que no éramos normales, que había llegado el momento y lo más importante y lo
que me dejó pensativa: debía destruir la Navidad. Se callaron y abandoné la
habitación. Me encerré en mi cuarto, pensé en todo lo que había escuchado.
Había demasiadas preguntas y demasiadas dudas por resolver. ¿La elegida?
¿Destruir la Navidad? No entendía nada. Nunca me había gustado mucho esta
fiesta, pero no podía acabar con ella. Simplemente por todos esos regalos y
esas comidas en las que todos nos empachábamos hasta reventar. No podía
destruir todo aquello.
Los días transcurrieron con tranquilidad, nadie sacaba el tema y
parecía que nada de aquello había ocurrido. El día 23 exploté, les solté a mis
abuelos todas las preguntas. Me dijeron, que debía irme antes de que todo
empezara a cambiar. Ellos me ayudarían. Me prepararon una mochila con lo
básico, cogieron el coche y me llevaron a un descampado. Allí me contaron
que encontraría lo que necesitaba. Se fueron y a los cinco minutos cayó algo a
unos tres metros de mí. Avancé con cuidado y, de repente, aquella cosa
repugnante, una especie de elfo, comenzó a hablarme:
-Bienvenida, identifíquese.
-Soy, según mis abuelos, la elegida.
El elfo soltó un gritito de sorpresa.
-Sígueme.
-¿Podría decirme qué hago aquí?
-Oh, pues prepararse para romper la Navidad.
-Pero yo no...
-¡Cállese! Estamos a punto de entrar.
De repente, una puerta apareció junto a nosotros y la cruzamos.
Había muchos chicos que me miraban mientras decían: "Es ella, ya ha
llegado". Pero no les hacía caso, seguí al elfo hasta una cabaña y allí me
dijo:
-Fin del trayecto. Entre.
Dos hombres me agarraron y me empujaron hacia dentro, subieron las
escaleras y me plantaron delante de una mujer enorme. Abandonaron la habitación
y la mujer empezó a hablar:
-Señorita, ha sido muy valiente por tu parte el presentarte aquí.
El 31 de diciembre será el gran día. Mañana emprenderás el viaje. Elegirás a
dos guardianes. Así que, comencemos.
Elegí a una chica morena, fuerte y regordeta y a un chico menudo,
pecoso y muy tímido. Nos metieron en una habitación y nos dijeron que mañana a
primera hora partiríamos. Tendríamos que bajar la colina, cruzar el bosque,
pasar el pueblo y continuar todo recto hasta que encontrásemos lo que buscamos,
el espíritu de la Navidad.
Eso hicimos, no hubo problemas y llegamos el 30, así que tuvimos
que esperar. Me dijeron que tenía que elegir entre clavarle la espada y acabar
con la Navidad o clavármela a mí. Cuando llegó el momento, decidí que no podía
acabar con el espíritu. No podía quitarles la ilusión a los niños y tampoco
quería matarme y hacer sufrir a los míos.
Lo que yo no sabía era que el elfo que me dio la bienvenida me
había seguido todo el camino. Me dijo que si no era capaz, él arriesgaría su
vida por mí. Eso hizo, antes de que me diera cuenta, acabó con su vida. Siempre
estaré en deuda con él. Espero encontrármelo algún día, dondequiera que
esté.
María López (2ºA)
Muy bien María. No he podido publicar tu relato en la sección "Somos escritores" por su extensión. Creo que es una narración merecedora de presentarse al concurso, ¿no crees? ¿Qué opináis los demás?
ResponderEliminarMaría presentate que esta muy bien la narración
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